MENDIGOS.
Su cuerpo se extendía semidesnudo
sin más amparo que la dureza del suelo,
le estaba doliendo tanto el alma
que apenas notaba el dolor de los huesos.
Confiaba en que alguien que lo viera
se inclinaría para socorrerlo...
Pero la gente, mucha gente, ni lo miraba,
algunos volvían el rostro para no verlo.
El era un hombre, o al menos eso creía,
ya que apenas si recordaba su cuerpo.
Sabía, eso si, que se moría
y que así ni tan siquiera mueren los perros.
Enrique DE QUIROS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario